A su servicio
Camino de la cocina al dormitorio pensó rápidamente: esperarla con un ramo de rosas rojas.
- Un aniversario más es importante –dijo en alta voz.
Ella llegó y Heliodoro le ofreció las rosas.
Las miró. Olió. Y luego estrujo con sus manos enormes.
- No necesito rosas- le dijo-. Quiero comer. Heliodoro se puso triste. Como buen jardinero de los parques del pueblo era lo único que tenía para ofrecerle.
- Siéntate mi amor. En un momento te sirvo algo de comer.
Karela de sentó y leyó atenta el diario, mientras Heliodoro juntaba discretamente los pétalos de rosas para hacer el platillo que a ella tanto le gustaba: pastel de amor.
Le sirvió apresurado y ella, indiferente, lo terminó de dos mordiscos. Se limpió la boca con su manga sucia, se apartó de la mesa y se fue a dormir.
Heliodoro levantó la mesa, lavó la vajilla y sonrió buen rato: esta vez no solo había mezclado los pétalos marchitos con harina y huevos, sino con espinas firmes y filudas para un sueño infinito de su nunca satisfecha esposa.
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