martes, 22 de octubre de 2013

Cuaderno de Almanaquero

Goyito
Goyito- como lo llamaban a Gregorio- miro emocionado las gigantescas líneas de Nazca. Midió con los instrumentos más exactos las distancias y ángulos de las extraordinarias figuras.
El Colibrí, El Mono, El Pez, eran las que más le conmovían y hacían de su corazón un tambor o una catarata. 


 
Presintió, con precisa exactitud, que en una de sus vidas anteriores había dirigido aquellos trazos; supo que lo hicieron con cordeles y rectos maderos; comprobó que recipientes de agua reflejaron entonces constelaciones que fueron dibujadas en el arenal candente. Entendió que él había dirigido ese maravilloso mapa de dibujos visibles solamente desde el aire.
Gregorio volvió emocionado a su casa para contarle todo a su amada esposa y a sus siete queridas hijas.
¡Déjate de tonterías y trabaja en algo que nos dé dinero! Fíjate en mi hermana, en su marido que es un empresario minero exitoso y está lleno de dinero. ¡Nosotras no tenemos ni para una lápiz de labios!
Gregorio- como tantas veces- sufrió en silencio: honrado arqueólogo como era sólo tenía lo suficiente para mantener modestamente a su mujer y a sus vanidosas hijas que también se sumaron al pliego de reclamos de su enfurecida madre.
            Al día siguiente, día terrible, Gregorio desapareció.
Poco tiempo lo buscaron y nos e recuerda si alguien lloró por él.
Había quienes afirmaron que murió loco en el desierto de Nazca. Otros aseguraron que su mujer lo mató y desapareció en complicidad de sus hijas. Pero no, nada de eso era exacto.
Nosotros sabemos la rotunda verdad. No murió: bajo el incendiario sol del desierto de Paracas se convirtió en un colibrí como nosotros que, junto a él, vamos anunciando la lluvia y la vida por los desiertos candentes y misteriosos de Nazca.                      
William Guillén Padilla

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