martes, 12 de noviembre de 2013

Cuentos del Tío Lino: Nota explicativa


Nota Explicativa a los Cuentos del Tío Lino
En los más apartados rincones del mundo, y quizá por esa misma reconditez, es posible encontrar personas capaces de captar matices no percibidos de su medio ambiente para elaborar con ellos pequeñas historias que parecían intrascendentes, destinadas tan solo a divertir a las gentes. Sin embargo, esas creaciones humildes contienen mucho del alma colectiva de su comunidad y constituyen el primer contacto del niño con el mundo de lo maravilloso desde donde parte ya la ficción literaria.
            Contumazá es un pequeño mundo serrano con características propias donde lo telúrico y lo humano se han compenetrado tanto que es imposible desligarlos. Su territorio provincial se extiende desde las tierras bajas, lindates con los valles y arenales costeños, hasta más arriba de los cuatro mil metros de altitud. Entre estos dos extremos tienen cabida una variedad de paisajes que incluyen parte de los valles del Jequetepeque, al norte, y del Chicama, al sur; ascendiendo por las laderas eriazas, donde la sequía es un fenómeno casi permanente, encontramos quebradas al fondo de las cuales el hombre ha creado pequeños oasis  entre pedrones y barrancos. Más arriba, donde esporádicamente cae alguna lluvia, anualmente en tesón humano extiende retazos labrantíos que de enero a junio dan al paisaje una nota de color cambiante. Por encima de los tres mil metros está la Jalca, donde el frío hace dura la vida; pero allí están los minerales de plata, los pastos de raíz para apacentar el ganado en tiempo de escasez, y allí también están los manantiales que dan origen a los ríos.
            Por las venas de la mayoría de los contumacinos corre una mezcla proporcionada de sangre nativa y española; sin embargo, hay casos en que predomina la primera, acompañada de apellidos como Namoc, Cabosmalón, Culquichicón, etc. En el segundo caso encontramos familias enteras con rasgos y apellidos típicamente hispanos como Muguerza, Murrugarra, Nureña, Plasencia, Alva, etc; que difícilmente pueden encontrarse en el resto del Perú si no es por ascendencia comtumacina.
           
Los idiomas nativos han desaparecido prácticamente de esta zona, persistiendo solo algunos topónimos quechuas y muchos otros de origen mochica; así pues el castellano es el idioma generalizado del cual podemos encontrar escasos aportes nativos.
            Así, es significativo el hecho de que el Tío Lino llame a su compañera Chuspe que en quechua quiere decir mosca. Dicho apodo sugiere la referencia a una persona pequeña, morena y vivaz; es decir una nativa. En cambio, Don Lino León parece haber tenido mucho de español, pues casi todos los habitantes de Cosiete son blancos y barbados.
            Durante la colonia, y hasta las dos primeras décadas del siglo XX, la arriería fue un oficio muy difundido entre los comtumacinos debido a que el pueblo de San Mateo de Contumazá está ubicado geográficamente al promediar el camino entre Cajamarca, ciudad importante desde mucho antes de 1532, y Trujillo que Pizarro fundara estratégicamente para facilitar su comunicación marítima. Sin embargo, las actividades básicas de la región siempre fueron la agricultura y la ganadería, no obstante que, por razones obvias nunca alcanzaron un desarrollo importante.
             Esta somera referencia al medio ambiente comtumacino puede ayudarnos a comprender al Tío Lino y sus cuentos.
            Lino León no es un personaje mítico; fue un hombre de carne y hueso semejante a los Pretel, a los Sánchez, a los Nureña y León que aún pueblan Cosiete, lugar donde trabajo como agricultor y en el que, probablemente, también nació.
            Cosiete es un acogedor paraje situado a unos ocho kilómetros al sur de Contumazá. Bajando unos doscientos metros de ladera desde la carretera a Cascas, hay una planicie semejante a una repisa desde donde se puede contemplar una vasta perspectiva de contrafuertes escalonados que se diluyen en la bruma densa de la atmósfera costeña. Hace treinta años frecuentábamos este lugar donde siempre nos pareció percibir el espíritu del Tío Lino; indagando por la ubicación de su casa nos indicaron un sitio hacia la derecha del camino de herradura que baja a Jandón, promediando la parte llana; allí encontramos vestigios de una construcción de piedra y adobe entre unos arbustos de pincullo.  Seguramente que sus ocupaciones y preocupaciones eran semejantes a las de sus paisanos actuales: la siembre, la cosecha, el ganado, los negocios, la arriería; pero también las inquietudes ciudadanas en atención a las cuales estampó su firma en documentos que nos han permitido ubicarlo como un ciudadano que vivía en Contumazá, unos cien años; solo se distinguió de sus contemporáneos en aquello que dijimos al principio: en ser fabulador. Sus cuentos concretan las preocupaciones y los problemas lugareños, algunos de los cuales, al tornarse apremiantes, merecen soluciones drásticas; entonces es cuando el humor del Tío Lino los despoja de su dramaticidad dándoles soluciones tangenciales tan simplistas que mueven a risa abierta.
            Es proverbial el sentido de humor contumacino; sin embargo requiere cierta iniciación para entenderlo a cabalidad, puesto que mayormente gira sobre expresiones idiomáticas de origen quechua o yunga, y otras, quizá más numerosas, conformado por arcaísmo hispanos. Las plantas y los animales, tanto domésticos como silvestres, los fenómenos geográficos –sobre todo geológicos y meteorológicos –están siempre presentes en la trama de historias, chistes, cuentos, alusiones y apodos.
            Podemos, pues, pensar en una humorística contumacina cuyo más destacado representante vendría a ser el Tío Lino. Siguiendo el mismo estilo estaría el Tío Canchungas de quien, desgraciadamente, no contamos con datos. Seguidamente consideramos a Don Alberto Díaz, abuelo materno del laureado poeta Mario Florián. De don Alberto conocemos algunos cuentos que a pesar de seguir la línea del Tío lino, dejan traslucir la originalidad del autor.
            Nos fue dado tratar personalmente a don Abel Castillo, más conocido como Abel Poncho, quien nos contó algunos cuentos que hoy se publican; él también los creaba dentro del estilo del maestro pero con una vis cómica singular.
            Tratándose de literatura oral es indudable que la narración en si haya sufrido cambios desde cuando don Lino León contaba sus cuentos a los muchachos que solían juntarse alrededor suyo en las gradas del coro de la iglesia.  Por ese motivo no puede, pues haber una versión oficial, estereotipada, por cuanto estos cuentos pertenecen ya al folklore, es decir que están sujetos a la influencia del tiempo, lugar y personas; así es por ejemplo, en San Benito hay una versión del cuento titulado “El Macho moro” según el cual el Tío Lino viajaba por allí hacia Ascope y fue en la Encañada de Shimba donde se dio cuenta que estaba sobre un venado. Quizá si el propio don Lino adecuaba las circunstancias cuando en determinado lugar le solicitaban contar sus cuentos, cosa que posiblemente sucedía a menudo.
            Debemos lamentar la posible pérdida de mucho cuentos, quizá por olvido colectivo, pues no creemos que los pocos que han perdurado representen toda la creación del Tío Lino cuya capacidad de improvisación se advierte fácilmente. Además de los quince que hoy presentamos, tenemos imprecisas referencias de otros sobre cuya forma definitiva estamos pendientes. Hay otros que le han sido atribuidos, como aquel en el que un puma se llevó la antara del Tío Lino prendida bajo la cola. Este cuento, que aparece en el libro los cuentos del Tío Lino publicado en 1941, por el Dr. Fidel A. Zárate en Lima, fue recogido por nosotros como creación de don Alberto Díaz.
            Hemos escrito estos cuentos en atención a la solicitud de muchos amigos que nos han oído contarlos, entre ellos recordamos especialmente a José María Arguedas cuya desaparición frustro una grabación que deseaba hacer de ellos.
            Ha sido preocupación nuestra conservar la forma coloquial, manteniendo giros y modismos de la región, tal como llego a nosotros. A fin de facilitar su cabal comprensión entre quienes no son precisamente contumacinos y teniendo en cuenta que los lectores rurales prefieren textos ilustrados sobre temas campesinos, a cada cuento le hemos hecho una ilustración. En estos dibujos hemos procurado dar un ambiente más o menos identificable con el escenario de los hechos narrados; así el cuento “La penitencia” pretende reconstruir la antigua torre del campanario de Contumazá con un balcón a modo de puente y al fondo la arquería del cabildo, ahora desaparecidos. Para ello nos hemos valido de un dibujo del siglo XIX que pertenece al libro que sobre sus viajes por América publicó en Paris el viajero francés Charles Wienner.
Con esta publicación queremos rendir homenaje al Tío Lino en ocasión de los difusos cien años que han pasado desde cuando andaba por estos caminos derramando creaciones para solaz de las gentes.
André Zevallos
Cajamarca, marzo de 1980    

  

            Vocabulario:

-       Telúrico: culto relativo a la tierra.
-       Oasis: lugar o momento de descanso en las dificultades o contratiempos de la vida.
-       Tesón: firmeza, decisión y ganas que se ponen al hacer un trabajo o una actividad.      
-       Labrantío: se aplica al campo o a la tierra que se puede cultivar .
-       Arriería: Se transporta mercancías como café, paja, corcho, trigo, carbón, maquinaria y muchas otras; cargadas fundamentalmente sobre dos mulas, dada la fortaleza de estos animales. El arriero las dirige.
-       Somera: ligera, superficial.
-       Proverbial: conocido de siempre.  

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