martes, 12 de noviembre de 2013

Cuentos del Tío Lino: Nota a esta edición

Nota a esta Edición
El Tío Lino sigue vivo en Cosiete, en boca de sus escasos y humildes habitantes, padres e hijos todavía lo atesoran y lo hacen parte de su diario vivir; es un bien cultural, tal vez el único, de la zona; aun en el habla cotidiana la denominación “Tío” deja entrever el respeto por este personaje, convirtiéndolo así en parte de sus familias.
            Cosiete, quebrada que identifica a todo el lugar, forma parte de la cuenca alta del río Chicama y hacia el cual el terreno va descendiendo casi interrumpidamente. Los distintos tonos de verde dan fe de la pintura de don Andrés Zevallos y, si uno se atreve a mirar con ojos infantiles, no dejara de creer que se pueden enviar pavos y sogas hasta Ascope, “questá más abajo”, de las maneras menos frecuentes o probables.
            Los cuentos son también una muestra de lo conflictiva que puede llegar a ser la relación entre lo escrito  y lo oral, entre lo urbano y lo rural, entre lo “blanco” y lo “indio”.
            Este conflicto se hace patente en los intentos de transcripción de la palabra hablada a la escrita, pues la coexistencia de la tradición oral, ya consolidada y viva, y de una tradición escrita, dispareja y en formación, atestiguada por el importante número de recopiladores, inédito quizá para otro conjunto de cuentos, acaso semejante al de Las mil noches y una noche, siempre será difícil por distintos motivos.
            El primero de ellos es la existencia de una contradicción que apenas hemos notado quienes hemos vivido dentro de una cultura escrita, pues, por una parte, consideramos al lenguaje hablado como natural y primigenio, y a la escritura como una modalidad derivada de éste y a la práctica de escribir como su mera transcripción; y, por otra parte, atribuimos también al lenguaje hablado las casualidades de erróneo, incompleto y no normativo.
Sin duda, esta contradicción se ha visto favorecida por el prestigio de la norma estándar, provocando confusión entre lenguaje estándar y lenguaje y, al mismo tiempo, priorizando o ideando un modelo homogéneo e inmutable más próximo a lo escrito. Como consecuencia, las versiones escritas de los cuentos pretenden subyugar e imponerse a las versiones orales, como ha ocurrido, por ejemplo, con los cuentos recopilados por los hermanos Grimn.         
Otro motivo, plausible e imbricado con el anterior, y por desgracia bastante común entre las personas “cultas”, es suponer que la lengua literaria es superior a la oral. Quienes valoran la lengua con este parámetro al parecer ignoran que la inmensa mayoría de las lengua humanas han sido y son habladas, no escritas.
            Ningún literato, o ningún estudioso de la literatura tendrá jamás el derecho de mirar de reojo a la lengua de cada día, como si se tratase de un objeto miserable, que incomoda, y de la que habrá que alejarse tanto como sea posible. De la primera ha surgido la escrita para crecer y perdurar con esplendor.
            Reconocemos en los cuentos del Tío Lino muchas de las características del cuento folclórico (carácter narrativo, referencia a acontecimientos ficticios, brevedad y oralidad). Sin embargo, difieren de éstos en el carácter anónimo, pues se conoce o se atribuye su autoría a una persona identificable en el tiempo, Lino León.
            Lino León, campesino y arriero, en un “huerto” de las asciendas de la época que arrendaba una pequeña porción de la difícil geografía cosietana, pagando esta posibilidad con la mitad de su cosecha o trabajo al hacendado, y que posiblemente vivió allí durante la segunda mitad del siglo XIX, siendo no solo testigo sino afecto de los continuos cambios socioeconómicos del valle entre 1850 y 1900.
            Serán las actividades del arreaje y la labranza, las que nutran el mundo fabuloso de los cuentos, que además serán contados, por el mismo, a los niños contumacinos en las escalinatas de la iglesia o durante los descansos de cualquier faena comunal. Es gracias a estos niños que los relatos no se han perdido en el olvido.
            Los cuentos están enmarcados en un ritual comunal. La gente( los niños) se reunía para escuchar al Tío, incluso le traían regalos porque querían escucharlo; el cuento se proyecta entonces como un intercambio comunicativo colectivo en el cual el auditorio desea ser sorprendido, convocado a la risa. Estas son las finalidades últimas de los cuentos, para eso fueron creados, para entretener, divertir, pasar el tiempo, consolidar las relaciones dentro de la comunidad, reafirmar un modo de ser.
            Los rescatadores y recopiladores, que son al mismo tiempo los forjadores de la tradición en su variante escrita – Zarate (1939), Zevallos (1980), Florián (1987), Alva (1990), Marguerza (2010)-, no “escucharon” al “Tío” directamente, y sus conocimientos de los cuentos se debe a aquellos niños que si crecieron escuchándolo y, a su vez, trasmitieron a sus hijos esos mismos relatos, como hacen aún hoy algunos contumacionos.
            Los escritores mencionados pretenden replicar la tradición oral, pero, y esto hay que remarcarlo una vez más, han ido forjando a su competidora, por supuesto que con más o menos fortuna literaria y aceptación popular, y trabajando bajo distintos influjos que van desde el “barroquismo” pedagógico hasta la “literalidad” más o menos lograda.
            Los cuentos “originales” no son muchos, los que aquí se presentan pueden ser casi todos. Pero ¿por qué tantas versiones y diferencias entre los rescatadores?, esto es, sin duda, producto de la lucha por fijar un texto… pero también es un intento por “corregirse” unos a otros.
             Es necesario recordar que el texto narrativo oral se guarda en la memoria del narrador y cobra vida cuando éste lo cuenta ante un auditorio, y que al terminar de narrar la versión no queda fijada ya que el mismo narrador puede contar el mismo cuento muchas y sucesivas veces, será en esencia el mismo relato, pero cada vez que se vuelva a contar, se realizará una nueva creación, que no coincidirá de modo absoluto con la versión anterior o con la siguiente.
            Naturalmente, si cada recopilador escuchó a un informador distinto dará cuenta de la versión que escuchó, y esto no desmerece en nada el intento de cada uno, pues serán los lectores quienes decidan sus preferencias.
Como todo producto surgido de una sociedad, la literatura no escapa a su influencia y a su estructuración, al recopilar los cuentos, muchos de los rescatadores sienten la necesidad de corregirlos o explicarlos, quizá pensando que les falta calidad de la “gran” literatura, y éste es el mérito mayor de Zevallos, no “mejorar” los cuentos sino conservarlos tal y como los escuchó de tercera mano, como debieron contarse en un momento, con él “Tío” desaparecido ya.  Es el sabor oral dejado en los cuentos lo que hace que sean tan casuales y atractivos.
Sabido es que la producción de lo que escuchamos es un proceso complejo, durante el cual mitad escuchamos, mitad reconstruimos, y que entendemos a través de un compromiso entre lo que escuchamos y lo que interpretamos.
Por lo tanto nuestra reproducción nunca será exacta, pero si fiel. Gracias a este fenómeno, cada uno de los recopiladores es también, en buena medida, refundidor y creador de la tradición.
            Los referentes de los cuentos se enmarcan, como ya anticipábamos, dentro del mundo campesino serrano norteño de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, específicamente el gasto para mayordomía, para comida y bebida de los asistentes (“La chancaca pa la chicha”, “Los juegos artificiales”, “El toro de jadón”); anécdotas de campo (“El toro bravo y el río Manchay”, “El Foforófo”, “La Trilla”, etc.); el comercio (“Los pavos”, “El negocio de sogas”); la explicación curiosa de algún hecho (“Diónde hay perros calatos”, “Las velas”)
            Identificamos tres estructuras, más o menos generales, que dan forma a los cuentos: 1). La solución a una necesidad o a un problema surgido del diario vivir o de los compromisos sociales asumidos donde lo llamativo es la solución, casi siempre, insólita, novedosa, increíble, exagerada, pero que muestra la gran inventiva del personaje; “El relámpago” es el relato más representativo de este modelo; 2) El testimonio de algo fuera de lo común: En estos relatos es Tío no actúa sino que la anécdota es un hecho insólito, “El burro garañón” es un buen ejemplo de esta forma; y, 3) lo fantástico y la pura invención: fundado en lo probable y lo inverosímil como sucede en “El canasto volador” o “Los cuyes de todas las layas”.
No queda sino invitarlos a disfrutar de las ocurrencias y correrías del Tío Lino, a reír con su inagotable ingenio y sencillez, dejarse llevar hasta donde se hacen realidad los sueños: hacia la más pura fantasía.      
                      
Alexis Chávez Sánchez
Cajamarca, abril de 2011.


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